Para entender la utilidad de estas células, recordemos lo que decíamos en el último post sobre la medicina regenerativa: puede ser que algún día consigamos crear órganos en el laboratorio o tratamientos para reparar tejidos, y eso será gracias a las células madre, estas “hojas en blanco” que pueden transformarse en otros tipos celulares. El problema, igual que en los trasplantes de toda la vida, es el rechazo: cuando nuestro organismo detecta una célula que no es suya, hace todo lo posible para destruirla. Un órgano fabricado en el laboratorio no se salvaría de esto… a menos que sus células tuvieran nuestro ADN. Entonces podríamos engañar al sistema inmune, que las reconocería como propias y las dejaría en paz.
¿Y cómo lo hacemos para “personalizar” las células madre con nuestro genoma? Sencillísimo: cogemos un óvulo, le sacamos su núcleo y le ponemos el de una de nuestras células adultas (a las que solemos llamarsomáticas); le damos un empujoncito para que empiece a dividirse y cuando haya formado las primeras fases del embrión, le quitamos las células madre. Esta técnica se llama transferencia somática nuclear para evitar llamarla por su nombre original: clonación terapéutica. Porque resulta que si en lugar de quitarle las células madre al embrión dejamos que siga progresando, al final obtendríamos precisamente eso: un clon.
Este es el tipo de proceso que se utilizó para obtener la oveja Dolly, el primer mamífero clonado, y que se ha repetido con centenares de otros animales desde entonces. ¿Y en humanos? Resulta que a pesar de lo “sencillo” que parece sobre el papel, no hay manera de conseguir que la transferencia somática nuclear funcione con óvulos humanos, por motivos que aún no están muy claros. En 2008 parecía que alguien lo había conseguido, pero al final resulto ser un fraude sonado. Desde entonces los progresos han sido mínimos.
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